jueves, 4 de octubre de 2012

El cuervo y la querida Ilse.

A Ilse le gusta quedarse en la parada de autobuses  por razones que hubieran desagradado a otros. Era una parada sombría, tranquila, casi desierta, pero a ella le gustaba pasarse las noches ahí. Quizá esperando una caricia lunar o los besos que da el viento cuando arrastra el polvo y la tierra, lo cierto es que esperaba al cuervo, al cuervo y solamente al cuervo. Cuando llovía el agua salía hirviendo, y eso compensaba la falta de abrigo. Cuando la gente le acompañaba, charlaba por momentos y despacio. Ellos siempre reaccionaban como extrañados, ver a Ilse sentada todos los días en el mismo sitio probablemente les causaba cierto miedo.  Algunos se atrevieron a preguntarle por qué razón permanecía ahí, si de verdad era necesario hacer tan larga espera y ella solo asentía en sumo silencio. ¿Ilse estaba haciendo lo correcto? ¿Se lo preguntaba a caso? ¡Vaya que sí, y a todas horas! Pero por mucho que pensará en lo que debía o no hacer, seguía ahí, en el espacio descrito por cada estación del año con el venir del tiempo, resistiendo toda clase de fríos, toda clase de oscuridades.
 Así fueron yéndose los años, las manecillas del reloj corrieron como un eterno suspiro de agonía, y la querida Ilse seguía en esa parada, ella cada vez más consumida y de movimientos apagados. Muy raras veces pensó haber visto al cuervo; en cuestión de un segundo,divisaba una silueta dibujada en el concreto justo al enfrente de sus ojos. Tras un parpadeo forzado y necesario, la imagen se diluía como agua y no volvía a ver parecidos en todo el resto del día y la noche. Inconscientemente empezó a imaginar con mayor frecuencia la silueta, la apretaba en su memoria para que no se escapará en el olvido, sus dientes se atrincheraban en su boca, sus ojos se amordazaban con las pestañas, no podía permitir el olvido, no de la silueta del cuervo.
Para cuando se quedó sola, ya había sangre en la luna, costras en el sol y grietas en la Tierra. El silencio era su condena perpetua, hasta el resonar del soplido del viento lo extrañaba. No escuchaba más cuando los grillos advertían el final del ocaso, ni cuando el ferrocarril cercano avisaba el inicio de la madrugada. Tan pronto se percató, sus oídos estaban separados de su cuerpo.
Cierta noche vencida por la fatiga, se tomó el descaro tan grande de frotarse los ojos. Que error tan imperdonable para la sorda Ilse,  dejando escuetos sus ojos fue cuando se coloraron eternamente negros. Mas aun después de todas estas inclemencias, estaba confiada en que el cuervo llegaría y ella sentiría su presencia. Para darse sosiego amasaba en su mente imágenes, inventaba historias y novelas donde ella y el cuervo se conocían, todas ellas por primera vez.
Ilse se sintió muerta pasadas unas horas de haber creado su última novela, ningún músculo le respondía, no contemplaba el dolor de su espalda,  el sudor de sus piernas. Las paredes del infierno le habían dejado durante mucho tiempo colarse a la dimensión de los vivos; se le dio chanza de hablar con los extraños, de sentirse viva y hasta de pensar que ciertamente lo estaba ¿Lo estaba? ¿Lo estuvo? ¿Y el cuervo? Yo no entiendo a Ilse, y nadie realmente sabe qué le dijo el cuervo para haberla hecho esperar tanto, ¿le prometió llevar sus pasiones más allá del entendimiento humano? ¿ser como dioses jugando con sus secretas perversiones? ¿tener felicidad cada que se reunieran bajo el mismo cielo y la misma luna? ¿solo ella y el cuervo para siempre? Lo cierto es que nadie jamás lo supo, ni lo sabrá, excepto Ilse.


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