Saltándose semáforos en rojo y con la sirena en marcha, Mahloid se dirigió en su coche hacia el sur de la ciudad; evitó las cortesías modestas de media luna, acompañó su apuró con sinfonías y guitarrazos que parecían rebatidos en los pozos del infierno. Dejó el coche en un callejón, tras una burla perfecta de los azules, corrió cuatro manzanas que le separaban de la casa de Lucía para tomar uno de los ascensores viejos de servicio hasta las oficinas de Investigación Científica del tercer piso. Por el camino rezaba en silencio, repitiendo en sus fruncidos parpados toda clase de plegarías, suplicas y oraciones para que Ernesto fuera el único doctor de guardia. Abrió la puerta de golpe y vio correspondidas sus plegarias: Ernesto se encontraba a solas en su despacho, muy callado e inclinado en el visor del microscopio.
De inmediato, Ernesto alzó la mirada cuando Mahloid cerró la puerta, esta vez sin la tremenda fuerza que le desesperaba su corpulencia.
-Estás metido en un lío regordete Mahloid-le dijo-.Para cuando termine la noche los azules habrán acabado con todo lo que denostaba tu existencia.
-Sé que esos puercos desean verme muerto.-respondió Mahloid.
-Hace un par de horas vinieron dos ogros de la Defensa Nacional. Decían que querías soltar el parásito en las calles.
-¿Y qué les has dicho?-preguntó Mahloid.
Ernesto se echó a reír entre una tos senil.
-Que me debías mucho dinero. Y un cuervo, es cierto y lo sabes Mahloid.
Mahloid quiso reír pero estaba demasiado angustiado para eso.
-Puedo darte uno, apenas me entregues el parásito.
-¿Tan rápido?-inquirió Ernesto-. No está listo, no está listo.
-¿Qué?
-Ya me has oído, está retrasado en sí mismo, sus condiciones necróticas no han madurado lo suficiente.
-¿Qué es lo que quieres Ernesto?
-Quiero que me consigas un traje, una revista para caballeros, un cigarrillo y el cuervo.
El rostro de Mahloid se ensombreció.
-¿Para cuándo?
-Ahora mismo-replicó Ernesto.
Mahloid se quitó su traje, lo aventó al escritorio y sus ropas interiores fueron abandonadas en el suelo. Después se encogió despacio, sus piernas se mezclaron con sus brazos, su cabeza era absorbida por las rígidas paredes de su pecho y al cabo de escasos minutos, la piel le subió directamente a la cabeza arrastrando la sensación de asfixia. Sus costillas le alcanzaron la garganta, sus ojos se comprimían hacía dentro y la nariz iba alargándose como un alfiler. Pronto estaba cubierto por plumas negras.
-No me jodas Mahloid-dijo enfurecido Ernesto.
-Hoy he contratado a otro psicópata como mi ayudante de suicidios accidentales-respondió Mahloid.
Ernesto rompió un matraz y apuntó con las esquinas enfiladas al diminuto cuerpo de Malhoid.
-No te me acerques monstruo.-dijo Ernesto-.Te voy a machacar si lo haces.
Pero Mahloid no dijo nada. Estaba descalzo y parecía no agradarle la idea de ser amenazado por un matraz punzo cortante , no dejaba de girar los músculos de su cuello en direcciones oblicuas y disparadas hacía cualquier exterior, pero sin retirar sus viscosos ojos de Ernesto.
-Te entregaré el maldito parásito.-susurró Ernesto mientras seguía el juego de miradas buscando la laminilla.
-Lo creo-dijo Malhoid-.Mi instinto me dice que estás aterrorizado. Y ten por seguro que debes estarlo.
-No hay elección. Aquí tienes-Ernesto estiró la laminilla y Malhoid la tomó con la boca. Detrás del escritorio, un fusil recargado esperaba impaciente los dedos de Ernesto, pero cualquier paso podría costar sus ojos, o peor aún, su lengua.
-Al infierno con ella. Vete con tu parásito, anda ya te puedes ir.-insistió tartamudeando Ernesto.
-Antes de irme, encerraré con llave este lugar. Te doy una hora para que tomes tu fusil y acabes con el único testigo de esta noche plutónica. Si regreso y aun el testigo vive, enseguida perderá cuenta de lo que ve y cuenta de lo que pueda pronunciar. ¿Entendido?
Ernesto le dio la espalda y se dejo vencer sobre su silla. Permaneció inmutado, frío y con el sudor impregnado en sus pómulos.
El amanecer llegaba y Malhoid se dirigió hacia la casa de Lucía, hasta cuatro cuadras, sintiéndose bullir de una férrea determinación. Tomó el camino corto hasta el cuarto piso donde se encontraba la sala de bienvenida. había un solo operador de servicio. El hombre veía estupefacto su libro de ciencia ficción cuando sintió la presencia de Malhoid acercándose y se preguntó si tendría ocasión de conversar con Lucía antes de su salida. Cuando escuchó el ruido del particular modo de caminar de Malhoid, vio el momento oportuno para hacerlo.
-Buenas noches-dijo detrás de la puerta el operador-.Señorita Lucía ¿Escucha usted ese ruido?
Pero del otro lado no coincidió algún sonido articulado, la única respuesta acampó en la bodega de la soledad que produce el silencio. El operador intentó adivinar la procedencia del ruido, pero sus oídos humanos eran incapaces de acertar y volvió a tocar la puerta, esta vez con más fuerza.
-Señorita Lucía, algo anda mal.-se quedó pensando si tendría éxito pero la respuesta fue la misma-¿Señorita Lucía?
El operador hizo una pausa extendida, decidió revisar la cajonera en búsqueda de la llave maestra y cuando la encontró como gritando "eureka", fue siniestramente derribado por una carga pantanosa de sombras, que se posaron en el centro de su frente y aquellas tinieblas le desgarraban los ojos, le hacían sentir que sus propios órganos y sus funciones, le producían hormigueos sanguíneos y le hacían sudar y gritar como psicópata sin motivo.
Malhoid aprovechó su fácil fallecimiento para coger las llaves y entrar en el cuarto de la rubia, Lucía. Le cruzó la mente la idea de buscar una determinada imagen o cuerpo enmarañada en la cama, pero enseguida la apartó de sus pensamientos cuando la vio en la ventana desnuda, contra las luces nocturnas clavadas en las aureolas de sus senos. Se encaminó hacia ella y se apoyó en las tibias sabanas que vestían la cama.
-Es el último paso-dijo Malhoid-.Sólo una laminilla en el agua y entrara el parásito en el cerebro de sus inquilinos.
Lucía no le miro y se ahogo en un suspiro inquietante.
-Ya había escuchado sobre ti en otra ocasión. Todos coincidían en tu perfección de metamorfosis, pero yo nunca creí posible que un humano corriente llegará a tal manejo sin el parásito. Queda fuera de este censo, claro, las mujeres que lo llevamos en el propio ADN, sin mayor necesidad de cualquier alteración. ¿Tú eres mujer a caso Malhoid?-Lucía río con cierta frivolidad tradicional. Repasó la inocencia que espléndidamente mostraba Malhoid respecto de estas declaraciones y abandonó la ventana para tomar la laminilla.
-Sí, es la indicada-la revisó cuidadosamente-. Han llegado tantas falsas imitaciones, que una termina desconfiando hasta de los suyos. Toma tu recompensa, está en mi baño.
De las mujeres más frías, Lucía era aquella que no sentía vergüenza en confesar su crueldad e ingratitud. Por el contrario, sus carnes se hinchaban de manera positiva ante sus propias revelaciones. Malhoid quedaba fuera de cuestión, era un monstruo pluriforme que solo quería su adicción y le esperaba por fin en ese sanitario anacrónico. Esforzándose por pensar tan sólo en el orgasmo que sentiría al tener todo para él solo, dejo que Lucía se arrojara por la ventana y esta surcara los vientos hacía su cometido. Llegó al baño una vez conseguido volver a los pasos de planta firme, y sobre él se encontraban banquetes enteros: cadáveres y más cadáveres. Muertos por desmembramientos, accidentes que partieron como nuez el cráneo, muertos por sobredosis y asfixia, colorados de tinte morado, Malhoid creyó estar en las fechas de su éxtasis. Tantos cuerpos amontonados por todo el baño, era lo único que le devolvía el pestañeo. Cogió con sus manos tanto pudo sujetar entre ellas, y con un comportamiento obsesivo y patológico jugo con los cuerpos desmembrados, los ojos aplastados, las lenguas batidas como costras deshechas; desconectó corazones de venas y arterias, utilizó de balón pie cerebros e hígados; amarró a su cintura intestinos y tripas, se adiciono costillas por si las moscas; tronó las quijadas con tal de escuchar el crujido autentico de dos mundos que se separan; en fin, Malhoid se quedó en el baño de Lucía toda la noche y la madrugada. Para cuando despertó, los vecinos habían protestado sobre su riqueza, y revestidos de plumas negras, hurtaban su botín sin aviso o permiso.
Malhoid enfurecido pateaba el aire, lanzaba puñetazos y mordidas en todas partes y consiguió poco, los nuevos monstruos habían recibido el parásito. El proceso de metamorfosis había sido posible, y aunque Malhoid no soñaba con una ciudad repleta de hermanos alados, por fin había tenido una noche de placer sin interrupciones.
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